
Con las manos en la cabeza, Toni se levanta enfurecido de la cama. Empieza a caminar de un lado a otro por la habitación enmoquetada.
Una mujer en camisón blanco de seda, de unos treinta años de edad, enciende otra luz y le pregunta exaltada
— ¿Toni, Toni què fas?
¡No hago nada Josefa, pienso, sólo eso, pero no hago nada! ¿Qué no sabes ver la diferencia entre hacer algo y nada?
¿Pero también en la cama?
¿También en la cama, qué?
¿Qué si también en la cama tienes que pensar en ella?
¿Cómo sabes que estoy pensando en ella?
Pues porqué desde que la viste en algún lugar de tu mente, no has parado de estar ausente, como otras veces.—
Josefa se pone a llorar pero Toni continúa dando vueltas por la habitación.
—¡Bobadas Josefa, bobadas! Si quieres pienso en ti. Pero tú ya estás hecha y derecha, y no soy capaz ni tampoco quiero, poneros a la misma altura. Así que déjate de celos y permíteme serte infiel un rato más.—
Josefa se seca las lágrimas con despecho y alzando la voz le dice:
Pero ¿te vienes otra vez a la cama o te vas a buscarla como anoche?
Toni para de caminar y se la queda mirando fijamente.
—¿Cómo? ¿Me espías? —
Josefa se levanta, se coloca bien la toga, alcanza por la manga la bata de seda color rosa que estaba vistiendo la silla y con las zapatillas de andar por casa ya calzadas tras esa bella pausa le contesta con voz serena
—No querido, no te espío. Pero no te olvides que tenemos conocidos en común y batallándose por nuestra amistad, algunos me han contado que llevan días viéndote por l’Eixample, Can Grassot…cerca de las calles Provenza y Sardenya.
Así que dime, es ahí ¿dónde os besáis?
Toni deja de dar vueltas por la habitación, se acerca dónde está ella, la abraza, le toca el pelo, y le contesta.
Sí cariño. Ahí es donde la veo.
Josefa le aparta con desprecio y mira a todos los lados de la habitación buscando algo que ni siquiera ella sabe y moviendo la cabeza y empezando a llorar le dice
¡Dime ya como se llama!
Toni la alcanza tocándole un dedo, lo estira, la agarra por el antebrazo y la atrae hacia su pecho, y secándole las lágrimas con un pañuelo de hilo dorado le dice — Pedro, se llama Pedro—.